El robo de obras de arte es un lucrativo negocio que cada año mueve una cantidad de dinero difícil de determinar, no sólo por la complicada labor de cuantificar el valor real de lo sustraído, sino porque muchos de los robos, sobre todo por motivos fiscales, no llegan a ser denunciados. Aunque es difícil de corroborar, los expertos apuntan que las cifras que genera este negocio se sitúan entre los 2.000 y los 5.000 millones de euros anuales.
Y es que el tráfico ilegal de obras de arte es todo un arte que tiene ya varios siglos de antigüedad. A lo largo de la historia, tanto propietarios particulares como Estados han sido víctimas del robo de creaciones artísticas, en ocasiones, difíciles de recuperar. Un ejemplo reciente es el del gobierno chino, que todavía no ha conseguido hacerse con dos cabezas de bronce que formaban parte de la fuente del zodíaco del Palacio de Verano de Pekín y que fueron arrancadas de ella en un saqueo durante la Segunda Guerra del Opio, en 1860.
Las dos cabezas, que representan a una rata y a un conejo, fueron adquiridas por el diseñador Yves Saint Laurent y subastadas la semana pasada en Christie’s. ¿El comprador? Cai Mingchao, coleccionista de obras de arte y miembro de una fundación que busca recuperar antigüedades chinas sacadas del país de forma ilegal y que no tiene los 28 millones de euros que ofreció por ellas para “evitar que salieran del mercado”. Un siglo después del robo de la Mona Lisa en el Louvre, el patriotismo sigue motivando a algunas personas a hacerse con obras de arte creadas en su país, aunque sea recurriendo a medidas algo desesperadas.
Las cabezas de rata y de conejo del zodíaco chino subastadas en Christie's
No obstante, no sólo China reclama su patrimonio cultural. Cada vez más países exigen que les sea devuelto su patrimonio, situado en diferentes puntos del planeta. Una convención de la UNESCO celebrada en 1970 señala que el Estado perjudicado debe apelar al país en el que se encuentra el objeto reclamado y demostrar su robo. Esto es relativamente sencillo cuando se trata de un hurto procedente del tráfico ilegal llevado a cabo recientemente. El asunto se complica cuando se trata de recuperar objetos antiguos robados por misioneros, soldados o arqueólogos y que en la actualidad están expuestos en grandes museos o incluso vendidos.
Parece ser, pues, que no existe una forma demasiado eficiente de resolver estas cuestiones. A menos que los diferentes Estados consideren apropiado que otro país exhiba – más que probablemente, con ánimo de lucro – o venda creaciones artísticas robadas en el pasado en sus territorios. En última instancia, ¿a quién pertenece el patrimonio cultural de un país?
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