domingo, 24 de mayo de 2009

Porque los finales felices también me gustan

Y porque no quiero que dé la impresión de que el sueño de mi vida es ser una vieja solterona que haga ganchillo frente al televisor y que no tenga ni un mísero gato para que le haga compañía. Porque las películas “de amor” que acaban bien también pueden llegar a gustarme, y mucho más si las protagoniza ella. Por todo esto y quizás por algún que otro motivo que ahora mismo se me escapa, hoy quiero hablar de una de mis películas favoritas: La mujer del año.

La cinta es una screwball comedy, un subgénero de la comedia muy popular durante los años treinta y principios de los cuarenta. Estas películas se caracterizan por tener una trama enrevesada, un cómico y afilado guión lleno de giros inesperados y unos personajes femeninos bastante peculiares, capaces de arrastrar con sus locuras a sus compañeros masculinos, mucho menos activos que ellas. Algunas de las películas representativas del género son Sucedió una noche (considerada como la primera screwball comedy), Luna nueva o La fiera de mi niña.

Dirigida por George Stevens y estrenada en 1942, La mujer del año tiene como protagonistas a Katharine Hepburn y Spencer Tracy. La cinta es la primera de todas las interpretadas conjuntamente por la mítica pareja de actores, que se convertiría además en pareja sentimental y compartiría pantalla en ocho ocasiones más, en películas como La costilla de Adán o Adivina quién viene este noche.

Sam y Tess, en una de las escenas de la película


En La mujer del año, Tess Harding, una periodista especializada en política; y Sam Craig, un periodista deportivo, se enamoran y se casan al poco tiempo de conocerse, formando un matrimonio poco común. Y es que Tess, una mujer que no sabe cocinar y con un nulo instinto maternal (no sé a quién me recuerda…), vive el amor de una manera un tanto singular. Prefiere pasar su noche de bodas hablando con un médico perseguido por la Gestapo que con su marido, adopta a un niño refugiado griego sin consultárselo, estando en la misma ciudad que él no le avisa para que puedan volver juntos a casa… pequeños detalles que, poco a poco, acaban con la paciencia de su entregado esposo.

Harto de la situación, Sam decide regresar a su antigua casa la misma noche en que Tess es nombrada como “La mujer del año”, no sin antes devolver a su desatendido hijo adoptivo al orfanato. Unas horas más tarde, después de descubrir que ha sido abandonada, Tess empieza por fin a ser consciente de lo que siente por Sam y decide llevar a cabo el gran acto dramático que salve su matrimonio.

Sin duda las continuas torpezas involuntarias en materia sentimental de Tess son una de las razones por las que me gusta esta película. Creo que es la única que he visto hasta el momento en la que es la mujer la que se equivoca todo el tiempo, no como en las comedias románticas de ahora, en las que ocurre todo lo contrario. Y sí, tal vez el final de la historia entre Tess y Sam sea tan predecible como en éstas, pero aún así me gusta. Supongo que cuando algo merece demasiado la pena es imposible estropearlo del todo. Por mucho que una de las dos partes tenga una habilidad innata para ello.

viernes, 22 de mayo de 2009

Nauseabundo

“Todo lo que existe nace sin razón, se prolonga por debilidad y muere por casualidad”, afirmaba Jean Paul Sartre. Venimos de la nada, existimos sin ningún tipo de justificación y acabaremos de nuevo siendo nada. Somos arrojados a la vida y seremos arrojados a la muerte. La realidad es algo superfluo. La existencia, algo absurdo. Y llegar a comprenderlo sólo lleva a una cosa: a la Náusea.

En un principio, Sartre concibió La náusea, una de sus obras más célebres, como un ensayo filosófico que llevaría por nombre Melancolía, en alusión al grabado de Durero por el que el autor francés sentía una gran predilección. Sin embargo, a instancias de la editorial Gallimard, el filósofo existencialista cambió el género ensayístico por el novelístico, haciendo que la obra fuera mucho más expresiva.


Melancolía, de Alberto Durero (1514)


La novela está escrita en primera persona, a modo de diario, y tiene un argumento simple. Antoine Roquentin, un joven historiador parisino, se traslada a Bouville para escribir la biografía del Marqués de Rollebon. En la ciudad apenas conoce a nadie y pasa gran parte del día trabajando, o intentado trabajar, cuando la Náusea no se lo impide, en la biblioteca.

A través de Roquentin y de sus constantes observaciones del mundo exterior, Sartre explica los planteamientos filosóficos del existencialismo. También a partir de estos análisis se explica qué es la Naúsea. Se trata de una repulsión a todo lo rutinario, lo cotidiano y lo banal que se encuentra en la sociedad. A todo lo que provoca, en definitiva, que la existencia del hombre sea absurda, carente de sentido. A todo aquello que nos convierte en “muertos vivientes”, como diría Albert Camus, una de las más importantes influencias que recibiría la filosofía de Sartre.

Lo mejor de todo esto es que no podemos echarle la culpa a nadie de lo absurdo de nuestra existencia. No, nadie elige nacer pero a partir de ahí somos libres. Somos lo que somos porque hemos tomado una serie de decisiones que nos han llevado a una determinada circunstancia, porque hemos elegido comportarnos de un modo u otro. Como consecuencia, debemos responsabilizarnos de nuestros actos. Porque con cada uno de ellos construimos nuestra existencia. Porque nuestra vida es sólo nuestra.

domingo, 17 de mayo de 2009

El deshonor de Irene Walker

Hace poco vi El honor de los Prizzi, una película de John Huston que cuenta la historia de una de las familias más poderosas de la mafia neoyorquina. Charley Partanna (Jack Nicholson) es un asesino a sueldo al servicio del clan, al que se incorpora después de jurar defender su honor, aunque para ello deba arriesgar su propia vida. Los Prizzi le advierten, además, que la violación del juramento supone la muerte, sin ningún tipo de juicio o de advertencia previa.

A Charley no le resulta excesivamente difícil cumplir con el juramento, pero todo se complica cuando conoce a Irene Walker (
Kathleen Turner), una enigmática rubia que había sido contratada por la familia para eliminar a alguien que los había traicionado. Irene miente desde el principio, diciéndole a Charley que es asesora fiscal, pero cuando éste descubre la verdad ya es demasiado tarde: se ha enamorado de ella. Instado por Maerose Prizzi, la hija de uno de los capos de la familia con la que estuvo casado años atrás y que sigue enamorada de él, el sicario se casa con Irene de forma más o menos precipitada.

Charley e Irene, el día que se conocen


Tal vez el personaje de Irene Walker no sea demasiado popular ni demasiado relevante para la historia del cine – ni siquiera puedes hacerte fan de ella en Facebook -, pero lo cierto es que para mí fue uno de los alicientes que me llevaron a ver la película. Sí, me hizo bastante gracia el nombre y sentí curiosidad, así que no me quedaba otra.

Y aunque supongo que mi predisposición influyó de alguna manera, lo cierto es que el personaje de Irene me pareció realmente singular. Se trataba de una mujer ambiciosa, manipuladora, con la sangre lo suficientemente fría como para no permitir que nada la apartara de sus objetivos y con una gran habilidad para sobrevivir en un mundo tan propiamente masculino como es el de la mafia, en el que las mujeres siempre quedan relegadas a un modesto y doméstico segundo plano.

Irene colabora en los trabajos de los Prizzi, formando equipo con Charley e incluso aportando ingeniosas ideas para su resolución. Sin embargo, todo se tuerce cuando la pareja de recién casados debe enfrentarse a su misión más importante: asesinarse el uno al otro por haber traicionado, cada uno por separado, a la familia. A partir de ese momento, ambos deberán decidir qué es lo más importante para ellos: ¿el honor de los Prizzi? ¿El dinero? ¿El amor? ¿Encontrar la forma más rápida y eficaz de acabar con su cónyuge… o de huir de él?

sábado, 16 de mayo de 2009

Holly nunca lo haría

"No se enamore nunca de una criatura salvaje, Mr. Bell - le aconsejó Holly -. Esa fue la equivocación de Doc. Siempre se llevaba a su casa seres salvajes. Halcones con el ala rota. Otra vez trajo un lince rojo con una pata fracturada. Pero no hay que entregarles el corazón a los seres salvajes: cuanto más se lo entregas, más fuertes se hacen. Hasta que se sienten lo suficientemente fuertes como para huir al bosque. O subirse volando a un árbol. Y luego a otro árbol más alto. Y luego al cielo. Así terminará usted, Mr. Bell, si se entrega a alguna criatura salvaje. Terminará con la mirada fija en el cielo". Truman Capote, Desayuno en Tiffany’s (1958).

No hace falta ser muy perspicaz para darse cuenta de que Holly Golightly no estaba hablando sólo de linces y de halcones en este fragmento. Ella misma era una de esas criaturas salvajes, que no pertenecen a ningún lugar en particular y a las que es imposible retener. Se atribuía a sí misma el título de “viajera” (tal y como indicaba en su buzón) y siempre tenía una maleta a medio hacer en el salón de su apartamento.

No se dedicaba a nada en particular. Tocaba la guitarra, celebraba fiestas en su pequeño piso, salía a cenar con hombres que la proveían del dinero suficiente para sobrevivir y visitaba, a cambio de una pequeña remuneración, a Sally Tomato, un importante mafioso encerrado en la cárcel de Sing Sing. Sin olvidar, por supuesto, sus frecuentes desayunos frente a Tiffany’s, la joyería a la que consideraba como una especie de paraíso terrenal.


En 1961, tres años después de la publicación de Desayuno en Tiffany’s, las aventuras y desventuras cotidianas de Holly Golightly pasaron del libro a la gran pantalla. Blake Edwards dirigía la adaptación al cine de la obra de Capote, protagonizada por Audrey Hepburn. Y aunque la película lograba captar la personalidad de Holly, tengo que decir que no me gustó nada el final. Sí, ya sé que se trata de Hollywood y que los finales siempre tienden a ser felices, pero Holly jamás se comportaría de ese modo. Y al cambiar de esa manera tan brusca el final es como si cambiara todo el personaje de repente, lo que no me parece nada bien. ¿Por qué por culpa del amor ha de estropearse una bonita historia? ¿Por qué a veces los finales felices han de arruinar una buena película? Ya, claro, porque sino los que se arruinan son los encargados de producirla. En fin, creo que tengo que dejar de ser tan ilusa…

viernes, 15 de mayo de 2009

Wellerismo

Quien bien te quiere te hará llorar, dijo un sádico narcisista después de fustigarse.

martes, 12 de mayo de 2009

Tendedero


Después de darles unas cuantas vueltas, de centrifugarlas y aclararlas, tiendo aquí mis ideas, sin ningún objetivo en particular. Habrá a quien no le llamen excesivamente la atención, habrá, tal vez, alguien que descubra algo nuevo, que encuentre algo interesante en lo que escribo o que incluso piense un poquito después de leerlo (hay gente para todo).

En mi pequeño tendedero particular voy colgando mis reflexiones, pensamientos y opiniones sobre diversos temas. Y aunque todas son mías, no todas las prendas son iguales. Algunas no son demasiado personales y otras, en cambio, dejan ver de una forma más abierta mi forma de ser y de pensar.

Supongo que unas son más grises y otras más luminosas. Supongo que todo depende del día. Del tema. De la inspiración. De las ideas de última hora, que me asaltan de repente y acaban obligándome a cambiarlo todo. O de las ganas de tender que tenga, según si llueve o hace sol.

sábado, 9 de mayo de 2009

Mata Hari, William Forrester y el final de la Primera Guerra Mundial


Si el otro día hablaba de los viajes en el tiempo, hoy debo retomar el tema para explicar uno de los episodios más significativos que tuvieron lugar durante la Primera Guerra Mundial, un acontecimiento que sin duda fue determinante para la resolución del conflicto. Lo protagonizan William Forrester, un huraño y ficticio escritor ganador del Premio Pulitzer, y Mata Hari, la bailarina y espía a la que le dediqué mi anterior entrada.

Una mañana, William Forrester despierta y descubre que él y su casa se han trasladado hasta el París de 1917. “De modo que no estaba soñando cuando oí todo aquel estruendo”, pensó. “Pero, ¿qué hago aquí? Esto no tiene sentido” repetía una y otra vez, todavía desconcertado por lo ocurrido.

Poca gente tenía conocimiento de aquel extraordinario suceso, pero los servicios de inteligencia franceses estaban bastante informados sobre él y pensaban aprovecharse de la situación. Un hombre que venía del futuro podía resultar clave para adelantarse a los movimientos del enemigo y vencerlo. Pero, ¿cómo llegar hasta él? ¿Cómo obtener información de alguien tan arisco, tan esquivo? Sería complicado, sí, pero la tenían a ella. Forrester era un hombre al fin y al cabo, y si de algo sabía ella era de hombres.

Decidida a enfrentarse a una de los encargos más complejos que había tenido hasta el momento, Mata Hari se encaminó hacia la casa del escritor. Miró a través de los cristales de las ventanas. Apenas había luz en aquella estancia, repleta de libros y de polvo. Llamó a la puerta sin obtener respuesta. Volvió a intentarlo un par de veces más, también sin éxito. “¡Señor Forrester!, ¿está usted ahí?”. Era inútil, nadie salía a recibirla.

Dio una vuelta alrededor de la casa, intentando encontrar alguna otra forma de adentrarse en ella. Pero la puerta trasera estaba cerrada, al igual que todas las ventanas. “Supongo que no me queda otra opción”, se dijo mientras se quitaba una de las horquillas que llevaba en el pelo. Con un par de movimientos, consiguió hacer saltar la cerradura y entrar a hurtadillas en el salón del escritor, que había subido a darse un baño, ignorando por completo a su entrometida visita.

No sabía muy bien lo que buscaba, pero tenía el presentimiento de que lo encontraría. Y tras un buen rato registrando las saturadas estanterías del escritor, se dio de bruces con aquello que necesitaba. Se trataba de un conjunto de volúmenes de historia. Uno de ellos tenía grabado en el lomo “Primera Guerra Mundial: 1914-1918”. “¿Primera Guerra Mundial?, bueno, las fechas coinciden así que supongo que será este”, se dijo para sí mientras lo cogía.

Antes de marcharse, Mata Hari escribió una nota de agradecimiento al escritor, que seguía todavía en el piso superior: “Señor Forrester, aunque no logre entender por qué, hoy usted me ha satisfecho más que cualquier otro hombre en toda mi vida. Por ello, si lo desea, le invito a que asista a una de mis actuaciones esta noche en París. Se divertirá, se lo prometo. Mata.”

* * * * *

William Forrester rompió la nota después de leerla y jamás fue a ver a Mata Hari a ninguno de sus espectáculos. Y en cuanto al libro de historia que ella le sustrajo, decir simplemente que los franceses supieron hacer un buen uso de él, aunque ella jamás vio cómo se resolvía el conflicto, ya que los franceses la fusilaron por alta traición antes del fin de la guerra. Qué irónico, ¿no?

miércoles, 6 de mayo de 2009

“¿Una ramera? ¡Sí!, pero una traidora, ¡jamás!”

Se atribuye esta esclarecedora sentencia a la agente H 21, a Margaretha Geertruida Zelle, más conocida como Mata Hari. Bailarina, espía y con una extensa lista de amantes, muchos de ellos, militares, fue juzgada por alta traición al Estado francés en 1917 por haber trabajado como agente doble para Francia y Alemania durante la Primera Guerra Mundial. Traidora o no, acabó siendo fusilada el 15 de octubre de ese mismo año, exquisitamente vestida y maquillada para la ocasión.

No es que me sienta especialmente identificada con la forma de vida de este personaje, pero me fascina su forma de afrontarla, el hecho de estar siempre interpretando un papel elaborado por ella misma para huir de un pasado triste y poco estimulante, el no resignarse, el no negarse a sí misma la posibilidad de ser feliz. Ella dejó atrás una vida en la que no lo era para construirse un pasado, un presente y un futuro mejor. Después de la muerte de su primer hijo, supuestamente envenenado por su marido, que además la maltrataba, abandonó el lecho conyugal dejando a una hija bajo su custodia. Margaretha reinventó sus orígenes y huyó de sí misma para convertirse, primero en bailarina exótica y, más tarde, en una espía poco prudente que sonsacaba, sábanas de por medio, información a altos cargos de los ejércitos francés y alemán.

Es difícil establecer la frontera entre las virtudes y los defectos de Mata Hari. ¿Era una mujer con una imaginación desbordante o una mentirosa patológica? ¿Tenía una gran confianza en sí misma o simplemente era incapaz de asumir la verdadera realidad? ¿Era una persona valiente o sólo una ingenua?


Sí, tal vez no era más que una espía de tres al cuarto, una mentirosa compulsiva que reinventaba su historia cada vez que la contaba, una mujer que tan sólo deseaba llamar la atención y vivir rodeada de lujos y de amantes, pero su historia sigue cautivándome. Por eso, si tuviera que crear un producto cultural sobre ella, creo que me divertiría bastante poniéndome en su piel, para saber, aunque sólo fuera temporalmente, qué se siente siendo al mismo tiempo una bailarina exótica, una agente doble y una solitaria mujer que abandonó a su marido y a su hija al no poder hacerse con su custodia.

No sé si ha aportado mucho a la sociedad este personaje, ni si es el mejor ejemplo de comportamiento, pero pienso que fue una persona con el coraje suficiente como para salir a buscar su propia felicidad, aunque para ello tuviera que pasar por encima de la verdad y de las normas, tanto legales como morales, de su tiempo. Para poder reflejar las distintas caras de este personaje me decantaría por realizar una película sobre ella, menos centrada en su faceta de espionaje, como en la cinta de George Fitzmaurice , protagonizada por Greta Garbo, y más en su lado íntimo. Me gustaría mostrar sus orígenes, el paso de Margaretha a Mata Hari, su carrera como espía y, como no, su trágico final.

sábado, 2 de mayo de 2009

Masoquismo amateur

Odio las comedias románticas. Creo que son lo peor que ha hecho Hollywood por el amor y las relaciones de pareja. Supongo que el hombre que escribió la primera de todas era un novio despechado al que su novia le había sido infiel con su monitor del gimnasio. Como respuesta, él decidió vengarse de ella y de todas las mujeres en general escribiendo una historia de amor en la que sus protagonistas se entregaran desde el primer día y donde todo acabase siendo feliz y perfecto. Con esta historia, todas las mujeres del mundo se harían ilusiones y saldrían a buscar a alguien que no existe en el mundo real, condenándolas para siempre a la frustración y a la desgracia. Bueno, más o menos.

El caso es que no puedo soportar estas películas, ni a la gente que se dedica a pedir que las pongan en el autobús que cojo cada semana para irme a mi casa. Da igual que la protagonice Sandra Bullock, Meg Ryan, Cameron Díaz o Jennifer Aniston, son todas la misma historia repetida una y otra vez. Para conocer el argumento, sólo hace falta ver la carátula: el hombre y la mujer que aparecen en ella se enamorarán perdida y rápidamente. Luego, él lo estropeará todo sin hacer nada malo en realidad, pero tendrá que llevar a cabo un gran acto dramático para que su retorcida y malpensada novia le perdone y puedan ser felices al fin.

No, no es que no me gusten las películas “de amor”, es sólo que yo prefiero las que acaban “mal”, las que cuentan la historia de un amor imposible. Películas como Casablanca, Breve encuentro, La edad de la inocencia o Brokeback Mountain, son las que logran conmoverme. Tampoco es que el argumento sea nada nuevo, al fin y al cabo, es la historia de Romeo y Julieta trasladada a diferentes escenarios, aunque generalmente sin tantas tendencias suicidas por parte de sus personajes.

Ilsa Lund y Rick Blaine dándose el último adiós en Casablanca


¿Por qué me gustan este tipo de películas? Porque cuando terminan siempre imagino el futuro de sus protagonistas, que saben que van a ser toda su vida unos desgraciados y que nunca querrán a nadie como a la persona a la que han perdido, pero con el consuelo de saber que, en alguna parte, alguien igual de desgraciado siente lo mismo. Sí, tal vez lo suyo nunca pueda ser, pero por eso mismo su amor nunca se desgastará ni acabará ahogado por la rutina. Qué le voy a hacer, me gusta sufrir con estas historias y con sus trágicos personajes, pero sólo el tiempo que dura la película, que conste. Una vez me levanto del sofá, vuelve a apetecerme seguir siendo feliz.

martes, 28 de abril de 2009

Donnie Darko

Gretchen: ¿Donnie Darko? ¿Qué clase de nombre es ese? Suena a superhéroe o algo por el estilo.

Donnie: ¿Qué te hace pensar que no lo soy?

Aunque la ciencia ficción no es precisamente mi género predilecto, Donnie Darko, de Richard Kelly, es una de mis películas favoritas. Estrenada en 2001, la cinta esta ambientada en 1988, en Middlesex, Virginia. Jake Gyllenhaal encarna a su protagonista, un adolescente que padece esquizofrenia paranoide y que tiene como misión salvar al mundo de la destrucción.

Una noche, un conejo gigante llamado Frank llama a Donnie desde el jardín de su casa. Le dice que en veintiocho días, seis horas, cuarenta y dos minutos y doce segundos todo terminará, el mundo llegará a su fin. A la mañana siguiente, después de pasar la noche durmiendo en un campo de golf – además de superhéroe, es también sonámbulo -, Donnie regresa a casa para descubrir que un motor de avión ha caído en su cuarto.


El motor de avión, sin embargo, es mucho más que eso. Es el Artefacto que, tras pasar por un agujero de gusano, una especie de túnel que permite viajar a través del tiempo y el espacio, ha provocado que el Universo Tangente se separe del Universo Primario. Los Universos Tangentes son muy inestables y se colapsan en menos de un mes, acabando también con el Universo Primario si no se cierra previamente. Lo que empieza la noche en la que Frank se aparece a Donnie es el Universo Tangente, que acabará en veintiocho días. La misión de Donnie consiste en cerrar este universo, asegurándose de que el motor de avión vuelva a pasar por el agujero de gusano y así evitar que el Universo Primario desaparezca.

Para llevar a cabo tal empresa, Donnie cuenta con la ayuda de Frank, que le indicará lo que debe hacer. Aunque no comprende muy bien por qué ha de inundar el colegio o incendiar la casa de Jim Cunningham, una “celebridad” del pueblo, Donnie obedece al conejo gigante al que sólo él puede ver. También Gretchen, la chica nueva del colegio que acaba convirtiéndose en su novia, ayudará a nuestro héroe a cumplir con su cometido.

Sí, ya se que puede parecer que no existe una relación directa entre la inundación de un colegio, la quema de una casa y el paso de un motor de avión por un agujero de gusano, pero si me dedicara a dar más detalles acabaría contando la película entera, cosa que no quiero hacer. Lo único que quiero añadir, aunque no hace falta ser demasiado perspicaz para saberlo, es que la recomiendo absolutamente.

viernes, 24 de abril de 2009

La ruleta rusa


En los juegos de azar todo puede ir bien. Y todo puede ir mal. Las cosas pueden torcerse o arreglarse en el último momento, librando a los jugadores de la derrota o condenándolos a ella. En la ruleta rusa, dos jugadores se apuestan la vida bajo la atenta mirada de un revólver cargado con una sola bala. Uno de ellos lo perderá todo. El otro, sin embargo, se habrá ganado el derecho a seguir viviendo. ¿De qué depende el desenlace de este juego letal? ¿De la suerte? ¿De la casualidad? ¿Del destino, tal vez?

Aunque a un nivel bastante menos mortífero, por suerte, nuestra vida está llena de ruletas rusas a las que debemos enfrentarnos, situaciones en las que nada está decidido y los acontecimientos pueden discurrir en una u otra dirección. Tal vez no nos estemos jugando la vida, pero sí nuestras ganas, nuestro empeño, nuestras ilusiones, nuestro esfuerzo. Todo puede salir bien, todo puede salir mal, todo puede torcerse o arreglarse en el último momento. ¿De qué depende? ¿De la suerte? ¿De la casualidad? ¿Del destino, tal vez?

Tengo que decir que no creo en el destino, me parece demasiado cómodo y frustrante. Esperar a que las cosas sucedan y aceptarlas tal y como vengan sin poder cambiarlas no me resulta muy esperanzador. Prefiero creer en la suerte, en la casualidad, prefiero pensar que las cosas podrían haber sido de muchas maneras pero que, gracias o por culpa del azar, son como son. Prefiero pensar también que ese mismo azar que ha puesto frente a mí una situación que podría no haberse dado jamás me da la oportunidad de actuar como más me apetezca para aprovecharme de ella y alcanzar mis objetivos. Prefiero sentir que, con cada bala que no ha llegado a mi sien, me he ganado el derecho a jugar una vez más.

martes, 7 de abril de 2009

Y a mí qué me importa que llueva o haga sol

Estúpidos vecinos
siempre echando a perder los silencios
en el ascensor

Bienvenidos al mayor espectáculo del mundo

Antes de que aparecieran la radio, el cine y la televisión, cuando la jornada laboral absorbía la mayor parte del tiempo de la clase trabajadora, el circo hechizaba a las masas con su elenco de payasos, malabaristas, domadores, fieras, magos, trapecistas, equilibristas y freaks.

Durante el siglo XIX y hasta mediados del siglo XX el circo experimentó su época dorada, pues era una de las pocas diversiones de las que podían disfrutar las masas. El circo era un entretenimiento para toda la familia que, durante un par de horas, lograba llevar al espectador a un mundo exótico, fantástico y extravagante lejos de la explotadora rutina que lo sometía.

Tal y como acuñaron Barnum y Bailey, dos empresarios circenses especialistas en vender humo, el circo se concebía como el mayor espectáculo del mundo. Reunía a artistas llegados de distintas partes del mundo para ofrecer una gran diversidad de números. De entre ellos, uno de los que más fascinaba al público era el freak show que solía acompañar al circo propiamente dicho. Mayores y pequeños quedaban embelesados al contemplar a mujeres barbudas, enanos, gigantes, hermanos siameses y toda clase de personajes con alguna deformación genética.

Dos siglos más tarde, el circo sigue cautivando a la gente. Y tal como ocurría entonces, el freak show es una de las partes más valoradas por el público. Tal vez ya no acudimos a las llamativas carpas circenses a observar a criaturas deformes, pero encendemos la televisión para ver cómo un grupo de particulares personajes sobrevive en una isla desierta o convive durante unos meses en una gran jaula repleta de cámaras.



¿Son los reality shows las nuevas galerías de freaks?


Claro que el hombre es un animal de costumbres, pero resulta preocupante que, con la cantidad de recursos con los que contamos ahora para entretenernos, siga siendo la contemplación de criaturas extrañas una de las formas de divertirse preferidas por la audiencia, año tras año y edición tras edición. ¿Realmente han cambiado los hábitos de la gente en cuanto al ocio, o sólo la forma de acceder a él?

viernes, 27 de marzo de 2009

AR, nuestra O

De orígenes humildes, se escapó de casa a los 13 años y hoy posee una fortuna valorada en 1.500 millones de dólares, en 1985 fue nominada al Oscar como mejor actriz de reparto, ha escrito libros, es dueña de la productora Harpo Studios, tiene una revista, una página web, una tienda online, una fundación benéfica y su talk show es el más longevo de la historia de la televisión norteamericana. Sin duda, Oprah Winfrey es mucho más que una comunicadora. Es una poderosa e influyente estrella mediática, un ejemplo paradigmático del sueño americano.

Aunque menos dramática e inspiradora, la historia de nuestra Ana Rosa Quintana es también la de una mujer que se ha hecho a sí misma. Después de estudiar periodismo en la Universidad Complutense de Madrid, trabajar en varias emisoras de radio y en las cadenas Antena 3 y Telecinco, presenta en esta última su propio magazine matinal, El programa de Ana Rosa, que lleva ya cuatro años en antena. Es dueña de Cuarzo Producciones, participa en varios proyectos solidarios, es la editora de su propia revista y es posible que haya escrito algún libro.

The Oprah Winfrey Show, que lleva emitiéndose desde hace más de veinte años, se graba con público en directo. Las historias más dramáticas, en ocasiones, demasiado sentimentaloides, se mezclan con los comentarios de la presentadora, que además da consejos a sus teleespectadores. Una de las secciones del espacio televisivo es The Oprah’s Book Club, en la que recomienda libros que acaban convirtiéndose en éxitos de ventas, como La carretera, de Cormac McCarthy o Los pilares de la tierra, de Ken Follett.

En El Programa de Ana Rosa, líder de audiencia, la presentadora y sus colaboradores, entre los que se encuentran personajes del calibre de la heroína postmoderna Belén Esteban y el Conde Lecquio, tratan temas de actualidad de lo más variado. Desde la dimisión del ministro de Justicia, Mariano Fernández Bermejo, hasta la última expulsión de Gran Hermano, pasando por el testimonio de una joven que sufrió abusos sexuales por parte de su padrastro desde los seis a los catorce años.

No obstante, las ambiciones de estas dos mujeres no se quedan sólo en el plató. Oprah también ha hecho alguna que otra aparición en la gran pantalla, e incluso fue nominada al Oscar por El color púrpura, de Steven Spielberg. En televisión, la popular presentadora hace un cameo en un capítulo de la tercera temporada de Rockefeller Plaza, en el que se interpreta a sí misma. Ana Rosa Quintana, por su parte, participó en el doblaje de Los Increíbles, estrenada en 2004.



Tina Fey y Oprah Winfrey, en una escena del capítulo


Presente también en Internet, Oprah tiene su propia página web, que sigue la misma línea que su programa de televisión. Posee además una tienda online en la que pueden adquirirse desde teteras hasta cojines, pasando por ropa para hombre, mujer, niños o perros. Y en cuanto al terreno editorial, cuenta con una colección de libros escritos y es la editora de la revista O, the Oprah Magazine, en la que aparece en todas las portadas, casi siempre, en solitario.


Esta ególatra práctica es también seguida por Ana Rosa, que además de ser la editora de su propia revista, AR, también disponible en versión online, ha dirigido la colección de libros de cine de Nickelodeon y escribió Sabor a hiel, una novela sobre el maltrato a las mujeres para la que contó con el trabajo de Danielle Steel, Ángeles Mastretta y un estrecho colaborador suyo. En fin, ¿para qué irse a Estados Unidos a buscar referentes comunicativos si la tenemos a ella?

Entre las dos portadas de las revistas podemos apreciar alguna que otra similitud

lunes, 23 de marzo de 2009

España, en pedacitos

Entre 1913 y 1919 el pintor Joaquín Sorolla se dedicó a pintar la que él mismo denominó como la “obra de su vida”. Durante sus últimos años en activo, el artista representó distintas regiones españolas en un total de catorce paneles de gran tamaño. Los cuadros eran un encargo del hispanista norteamericano Archer M. Huntington, que quería decorar con ellos la biblioteca de la Hispanic Society, estancia que acabó convirtiéndose en la Sala Sorolla y que se inauguró en 1926, tres años después de la muerte del pintor. Por primera vez desde entonces, los lienzos salen de su emplazamiento en Nueva York para llegar a España, donde se han expuesto en Valencia, Sevilla, Málaga y Bilbao. Hace un mes la muestra se inauguró en el Museo Nacional de Arte de Cataluña, donde permanecerá hasta el próximo tres de mayo.

Los catorce grandes paneles que integran La visión de España reflejan escenas costumbristas de distintas regiones de nuestro país, aunque no de forma igualitaria. A Extremadura, Cataluña, Galicia, Aragón, Navarra y País Vasco se les dedica un lienzo, Andalucía está representada en cinco paneles, Valencia, en dos, Castilla en uno mucho mayor que cualquier otro – tiene casi catorce metros de largo – y las regiones de Asturias, Cantabria, La Rioja y Murcia, así como las islas Canarias y las Baleares no aparecen en ninguno.

Sorolla organizó los lienzos de forma sumatoria, yuxtapuesta, de manera que entre todos conformaran una unidad, una sola obra que representara las distintas partes de España. Cada una de las partes que integran esa unidad tiene, sin embargo, entidad propia y debe contemplarse de forma independiente de las demás. Cada una tiene su propia personalidad y entre ellas se establecen una serie de contrastes y diferencias. Por ejemplo, el panel del País Vasco, con el cielo nuboso, se contrapone con el de Elche, donde el sol tiene un gran protagonismo. Y la frescura con la que se vende el pescado en Cataluña, bajo la sombra de los árboles a la orilla del mar es totalmente opuesta a la violenta laboriosidad que transmite el panel de Ayamonte, en la que se observa la matanza de grandes peces bajo un sol abrasador.


Tres visitantes en el MNAC contemplan Castilla. La fiesta del pan, el mayor de todos los paneles de la exposición (351’5×1393’5 cm)


En cuanto a la colocación de los cuadros en la exposición, ésta es distinta a la establecida en la Hispanic Society. Allí, los cuadros estaban situados a una mayor altura y se sucedían uno al lado del otro. En la muestra, los lienzos se sitúan a una altura menor, con el objeto de resaltar su color, grandiosidad y proporción. Además, los paneles están bastante separados entre sí. Se disponen uno en cada pared para que sean observados de forma autónoma y se evite la sensación de ahogo que podría provocar el verlos demasiado juntos.

Además de la exposición La visión de España, el MNAC ofrece una complementaria, la del proceso creativo de la obra. En ella pueden contemplarse los distintos esbozos, pruebas y dibujos de los que partió Sorolla para pintar la versión definitiva de los cuadros. Esta segunda muestra pone de manifiesto el complejo proceso de elaboración que supuso para el pintor una obra de tanta magnitud, considerada como una de las empresas más singulares y emblemáticas de la historia de la pintura española.

viernes, 20 de marzo de 2009

Mi destino soy yo

Debido a una serie de razones que escapan a mi control y a otras que igual no tanto, en los viajes que he hecho a lo largo de mi vida ha primado la experiencia turística sobre la cultural. Sí. La semana pasada dediqué la entrada del blog a decir lo importante que es tener experiencias de las que nutrirnos y con las que llegar a formarnos como persona y ahora resulta que ni siquiera yo misma me tomo demasiado en serio mis propias recomendaciones. Por suerte, para algo están los libros, a través de los cuales podemos viajar y experimentar, aunque no sea de forma estrictamente presencial, toda una serie de vivencias que tal vez nunca lleguemos a tener en nuestra vida real.

Una de las obras que considero que pueden ayudar a uno a conseguir tal cosa es Siddharta, de Hermann Hesse. Tal y como indica el título, la novela, publicada en 1922, relata la historia de Siddharta, el hijo de un brahmán indio contemporáneo de Buda que un día, hastiado de su vida y lleno de insatisfacción, decide marcharse de su casa para encontrar su propio camino. Su amigo Govinda, que siente una gran admiración por él, le acompaña en parte de su periplo, hasta que ambos descubren que sus caminos son distintos y deben separarse para seguir cada uno el suyo.

El autor del libro consideraba su obra como un poema hindú, en el que se combinan elementos líricos con la narración y la meditación. Se trata del viaje de Siddharta hacia la sabiduría y hacia sí mismo. Durante su camino, el protagonista se encuentra con una serie de personajes con los que descubre cosas nuevas y de los que trata de aprender. De los samanas, un grupo de monjes ascetas, aprende a abstraerse, a contener la respiración y a insensibilizarse del hambre y del dolor, pero sin lograr sentirse satisfecho. Con Kamala, una mujer acomodada y con la que llegó a tener un hijo, descubrió lo que era el amor y el placer, pero tampoco con eso llegaba a sentirse completo. De la mano de Kamaswami aprendió el arte de los negocios. Consiguió acumular mucho dinero con aquello que él consideraba un juego, pero un día se dio cuenta de que todo eso tampoco le hacía sentirse realizado.

Finalmente, reencontrándose con un anciano barquero al que había conocido años atrás, se encuentra también a sí mismo y comprende cuál es el sentido de su vida. La clave de la realización personal no se encontraba en buscar, en tener un objetivo, sino en encontrar, sin tener ningún tipo de fin. Siddharta tardó muchos años en comprender esto, y sólo lo consiguió viajando de un lugar a otro, descubriendo a nuevas gentes y reencontrándose con antiguos conocidos, aprendiendo de cada persona con la que se cruzaba en el camino. Supongo que en esto consisten los auténticos viajes.

viernes, 13 de marzo de 2009

El destino puede esperar

Hay que tener siempre en mente el destino, aunque lo realmente importante es el camino recorrido, todas aquellas experiencias acumuladas de las que debemos nutrirnos y que han de transformarnos y enriquecer nuestra existencia. Lo que cuenta no es llegar, sino ir. Por eso, cuanto más largo sea el viaje, mejor. En esto consiste, para mí, el viaje a Ítaca de Konstantinos Kavafis.

El poeta alejandrino escribió en 1911 este poema inspirándose en La Odisea de Homero. Ulises, el rey de Ítaca, es convencido por el rey Agamenón para que luche en la Guerra de Troya, causada por el rapto de la princesa Helena. Tras la caída de Troya, Ulises retoma el camino que deberá traerlo de vuelta a casa. Camino que tardará más de veinte años en recorrer y en el que vivirá toda una serie de aventuras.

Tras dos décadas de viaje, el Ulises que regresa a Ítaca no es el mismo que partió de ella. Todo el tiempo vagando de isla en isla, conociendo a nuevas gentes y viviendo nuevas experiencias cambia al protagonista de La Odisea, no sólo físicamente sino también interiormente.

En la Ítaca de Kavafis, el autor nos lanza un importante mensaje que debemos tener siempre presente. Nuestra vida es nuestro gran viaje. Como viajeros permanentes, hemos de tratar de enriquecernos con el máximo número de experiencias posibles, valorándolas, apreciándolas, teniendo en cuenta la importancia de cada una de ellas en la formación de nuestra propia persona.

Nuestros objetivos en la vida deben ser la fuerza que nos impulse a recorrer el camino, en el que nos encontraremos con distintas situaciones: unas veces serán alegres, otras serán dificultosas y tendremos que hacerles frente…todas ellas nos ayudarán a crecer, a llegar a ser nosotros mismos, a conocernos y a conocer otros lugares y a otras personas.

Nuestra vida no está determinada, sino que la vamos construyendo poco a poco, eligiendo unas cosas y dejando pasar otras. Todas esas elecciones condicionan nuestra vida, nos llevan por un camino o por otro y nos convierten en lo que somos. De lo que se trata es de saber aprovechar ese camino que todos recorremos, ese viaje, siempre diferente para cada uno, que es nuestra vida. Y hacerlo de tal modo que, cuando lleguemos a Ítaca, sintamos que realmente hemos aprovechado el tiempo invertido en él.

viernes, 6 de marzo de 2009

"Artistas" de guante blanco

Pasó la noche en el Louvre. A la mañana siguiente, se puso una de las batas blancas que utilizaba el personal del museo, descolgó el cuadro, lo escondió bajo su ropa y salió de allí con el lienzo bajo el brazo. Así de fácil fue para Vincenzo Peruggia, ex trabajador del museo parisino, robar la Mona Lisa en el año 1911. Lo que quería era, con la ayuda de Eduardo Valfiemo, devolver la obra a Italia, a la que consideraba como legítima dueña de la pintura. Peruggia desconocía que las intenciones de su cómplice, un traficante de arte, no tenían demasiado que ver con el patriotismo. Aprovechando el robo de La Gioconda, pretendía vender una serie de copias del cuadro haciéndolas pasar por el auténtico. Dos años más tarde, la obra más conocida de Leonardo da Vinci fue recuperada.

El robo de obras de arte es un lucrativo negocio que cada año mueve una cantidad de dinero difícil de determinar, no sólo por la complicada labor de cuantificar el valor real de lo sustraído, sino porque muchos de los robos, sobre todo por motivos fiscales, no llegan a ser denunciados. Aunque es difícil de corroborar, los expertos apuntan que las cifras que genera este negocio se sitúan entre los 2.000 y los 5.000 millones de euros anuales.

Y es que el tráfico ilegal de obras de arte es todo un arte que tiene ya varios siglos de antigüedad. A lo largo de la historia, tanto propietarios particulares como Estados han sido víctimas del robo de creaciones artísticas, en ocasiones, difíciles de recuperar. Un ejemplo reciente es el del gobierno chino, que todavía no ha conseguido hacerse con dos cabezas de bronce que formaban parte de la fuente del zodíaco del Palacio de Verano de Pekín y que fueron arrancadas de ella en un saqueo durante la Segunda Guerra del Opio, en 1860.

Las dos cabezas, que representan a una rata y a un conejo, fueron adquiridas por el diseñador Yves Saint Laurent y subastadas la semana pasada en Christie’s. ¿El comprador? Cai Mingchao, coleccionista de obras de arte y miembro de una fundación que busca recuperar antigüedades chinas sacadas del país de forma ilegal y que no tiene los 28 millones de euros que ofreció por ellas para “evitar que salieran del mercado”. Un siglo después del robo de la Mona Lisa en el Louvre, el patriotismo sigue motivando a algunas personas a hacerse con obras de arte creadas en su país, aunque sea recurriendo a medidas algo desesperadas.

Las cabezas de rata y de conejo del zodíaco chino subastadas en Christie's

No obstante, no sólo China reclama su patrimonio cultural. Cada vez más países exigen que les sea devuelto su patrimonio, situado en diferentes puntos del planeta. Una convención de la UNESCO celebrada en 1970 señala que el Estado perjudicado debe apelar al país en el que se encuentra el objeto reclamado y demostrar su robo. Esto es relativamente sencillo cuando se trata de un hurto procedente del tráfico ilegal llevado a cabo recientemente. El asunto se complica cuando se trata de recuperar objetos antiguos robados por misioneros, soldados o arqueólogos y que en la actualidad están expuestos en grandes museos o incluso vendidos.

Parece ser, pues, que no existe una forma demasiado eficiente de resolver estas cuestiones. A menos que los diferentes Estados consideren apropiado que otro país exhiba – más que probablemente, con ánimo de lucro – o venda creaciones artísticas robadas en el pasado en sus territorios. En última instancia, ¿a quién pertenece el patrimonio cultural de un país?

viernes, 27 de febrero de 2009

Spain is not so different

Creo que soy un fraude. Como española, quiero decir. Apenas me gusta la paella, nunca he bailado sevillanas y puede decirse que las corridas de toros no me interesan especialmente. Supongo que los turistas que cada año visitan España se llevarían una decepción conmigo. Pero yo también me la llevé cuando me enteré de que en Egipto, además de camellos, pirámides y desiertos hay también McDonald’s. O cuando descubrí que los monjes hindúes llevan reloj y utilizan teléfonos móviles.

Cuando viajamos, ya sea en el sentido literal de la palabra o mediante libros y productos audiovisuales, esperamos encontrar un lugar peculiar y exótico muy diferente del que nos encontramos. Esperamos ver cómo intercambian a mujeres por camellos en los zocos árabes o a tribus africanas llevando a cabo milenarios rituales para que llueva. Gracias a los medios de comunicación, sobre todo a través del cine y la televisión, nos hemos formado una imagen de los otros, de las demás culturas, que no se corresponde del todo con la realidad.

Las guías de viajes, las películas o la televisión simplifican la cultura de los países y la imagen que de ellos recibimos es banal y superficial. En consecuencia, acabamos estereotipando a los distintos territorios, formándonos una imagen repleta de tópicos y estereotipos. Google ha elaborado The Prejudice Map, un mapamundi que muestra, de forma esquematizada, todos estos prejuicios.

Hay que decir que, en este sentido, España no es una excepción. Las guías turísticas saben muy bien cómo vender nuestra supuesta idiosincrasia y en los productos culturales que exportamos podemos apreciar unas señas de identidad muy concretas que nos convierten, a los ojos de los demás, en un país culturalmente uniforme donde todo son toros, sevillanas, paella y sangría.

Tras las guerras napoleónicas, los viajeros románticos redescubren España, que comenzó a ser vista como un lugar exótico, misteriosos y primitivo, sobre todo en la zona de Andalucía. Los románticos mostraban una especial preferencia por esta región, considerada como la más imprevisible y pintoresca. No parece ser casual, pues, que podamos encontrar sevillanas y castañuelas en las tiendas de souvenirs de distintos puntos del país o que se ofrezcan espectáculos de flamenco en los hoteles. Al fin y al cabo, es lo que los turistas esperan ver.

Prosper Mérimée, escritor y viajero del siglo XIX, contribuyó de forma decisiva a que se perpetuara esta visión exótica de España, donde el orientalismo y la influencia árabe tenían un gran protagonismo. Mérimée crea a Carmen, una cigarrera gitana y una femme fatale de una belleza irresistible. La obra del autor francés fue llevada a la ópera de la mano de Georges Bizet y también al cine en varias ocasiones. Paz Vega fue la encargada de dar vida al mítico personaje en la adaptación de Vicente Aranda.

Los tópicos tienen una gran influencia en la cultura de masas. Sirven para simplificar la realidad, dada la imposibilidad de abarcar toda la complejidad que tiene una cultura si lo que pretendemos es exportarla, venderla al resto de países y culturas. Sin embargo, hay que tener en cuenta que los tópicos son una representación de la realidad, una recreación que no se corresponde del todo con la auténtica verdad.

jueves, 19 de febrero de 2009

Cuatrocientos años más tarde...

Este año se cumplen cuatro siglos de la expulsión de los moriscos de España. Este hecho, que desató importaciones consecuencias políticas, sociales y económicas, afectó de forma desigual a los distintos reinos presentes en la España del siglo XVII.

Todo empieza en 1502, cuando un decreto de la Inquisición, institución que pretendía someter bajo una misma legislación a todos los cristianos del reino, obliga a los mudéjares a convertirse al cristianismo bajo pena de ser expulsados de España. Las conversiones de musulmanes son masivas, pero la sociedad cristiana no confía en su honestidad y cree que siguen practicando su fe en secreto. Esta desconfianza provocará un sentimiento de rechazo hacia los musulmanes, que desembocará en una serie de revueltas a lo largo del siglo XVI.

Tras un siglo de enfrentamientos, los moriscos acabaron considerándose como enemigos de la religión y del Estado. Su expulsión de España se perfilaba como la única solución, dada la imposibilidad de integrarse en el reino y la sociedad. Felipe II había considerado ya esta opción en dos ocasiones, en 1582 y en 1590, pero la coyuntura exterior del momento hizo que se descartara la idea.

Finalmente en 1609, aprovechando la paz con Francia (1598), Inglaterra (1604) y la Tregua de los Doce Años con los Países Bajos (1609), Felipe III concentra sus flotas en el Mediterráneo y expulsa de forma masiva a los moriscos para garantizar la unidad interna del país. En menos de un año, un total de 300.000 moriscos abandonaron España. De ellos, cerca de 100.000 se refugiaron en Túnez, 50.000 en Marruecos y 25.000 en Argelia. Libia, Egipto, el Sur de Francia, Livorno, el centro del Estado otomano, América Latina o la India fueron también algunos de sus destinos.

Los primeros moriscos en salir del país fueron los asentados en el reino de Valencia, tras el bando dictado por el virrey marqués de Caracena del 22 de septiembre de 1609. Tres meses más tarde, una cédula real del 28 de diciembre de ese mismo año decreta la salida de los moriscos de Castilla. El 12 de enero de 1610, el marqués de San Germán ordena la expulsión de los moriscos de Andalucía y Murcia. Por último, el virrey de Aytona dictamina en un edicto publicado el 29 de mayo de 1610 la expulsión de los moriscos residentes en Aragón y Cataluña.

La expulsión de los moriscos, motivada para asegurar la estabilidad y la unidad del reino español, tuvo supuso graves consecuencias para Valencia, Andalucía y Aragón, donde la minoría musulmana tenía una importancia considerable. Cataluña y Castilla, en cambio, apenas se vieron afectadas por la expulsión.

Todos los sectores productivos se vieron afectados económicamente por la expulsión de los moriscos. Las tierras que éstos trabajaban quedaron yermas, siendo su recuperación bastante lenta. Algunos pueblos quedaron abandonados o semiabandonados, y ciertas especializaciones en el ámbito laboral controladas por los moriscos corrieron el peligro de desaparecer. Los más afectados por la partida de los moriscos fueron sus acreedores y señores, que, además de perder sus rentas, no pudieron recuperar su dinero, perdiendo así su forma de vida.

Cuatro siglos más tarde, la expulsión de los moriscos se conmemorará con una serie de congresos de especialistas, exposiciones, una ruta morisca por la sierra de Alaguar, en Valencia y la proyección de una serie de audiovisuales organizada por la Casa Árabe. El proyecto está asesorado por José María Perceval, experto en racismo y xenofobia y asesor científico de Expulsados 1609, la tragedia de los moriscos, una película dirigida por Miguel E. López Lorca que relata las vicisitudes de una familia musulmana residente en España durante el verano de 1609 y que se estrenará el próximo mes de mayo. Por el momento, nos quedamos con un pequeño aperitivo: el tráiler de la película y la promo académica, con intervenciones de expertos en la materia.