domingo, 24 de mayo de 2009

Porque los finales felices también me gustan

Y porque no quiero que dé la impresión de que el sueño de mi vida es ser una vieja solterona que haga ganchillo frente al televisor y que no tenga ni un mísero gato para que le haga compañía. Porque las películas “de amor” que acaban bien también pueden llegar a gustarme, y mucho más si las protagoniza ella. Por todo esto y quizás por algún que otro motivo que ahora mismo se me escapa, hoy quiero hablar de una de mis películas favoritas: La mujer del año.

La cinta es una screwball comedy, un subgénero de la comedia muy popular durante los años treinta y principios de los cuarenta. Estas películas se caracterizan por tener una trama enrevesada, un cómico y afilado guión lleno de giros inesperados y unos personajes femeninos bastante peculiares, capaces de arrastrar con sus locuras a sus compañeros masculinos, mucho menos activos que ellas. Algunas de las películas representativas del género son Sucedió una noche (considerada como la primera screwball comedy), Luna nueva o La fiera de mi niña.

Dirigida por George Stevens y estrenada en 1942, La mujer del año tiene como protagonistas a Katharine Hepburn y Spencer Tracy. La cinta es la primera de todas las interpretadas conjuntamente por la mítica pareja de actores, que se convertiría además en pareja sentimental y compartiría pantalla en ocho ocasiones más, en películas como La costilla de Adán o Adivina quién viene este noche.

Sam y Tess, en una de las escenas de la película


En La mujer del año, Tess Harding, una periodista especializada en política; y Sam Craig, un periodista deportivo, se enamoran y se casan al poco tiempo de conocerse, formando un matrimonio poco común. Y es que Tess, una mujer que no sabe cocinar y con un nulo instinto maternal (no sé a quién me recuerda…), vive el amor de una manera un tanto singular. Prefiere pasar su noche de bodas hablando con un médico perseguido por la Gestapo que con su marido, adopta a un niño refugiado griego sin consultárselo, estando en la misma ciudad que él no le avisa para que puedan volver juntos a casa… pequeños detalles que, poco a poco, acaban con la paciencia de su entregado esposo.

Harto de la situación, Sam decide regresar a su antigua casa la misma noche en que Tess es nombrada como “La mujer del año”, no sin antes devolver a su desatendido hijo adoptivo al orfanato. Unas horas más tarde, después de descubrir que ha sido abandonada, Tess empieza por fin a ser consciente de lo que siente por Sam y decide llevar a cabo el gran acto dramático que salve su matrimonio.

Sin duda las continuas torpezas involuntarias en materia sentimental de Tess son una de las razones por las que me gusta esta película. Creo que es la única que he visto hasta el momento en la que es la mujer la que se equivoca todo el tiempo, no como en las comedias románticas de ahora, en las que ocurre todo lo contrario. Y sí, tal vez el final de la historia entre Tess y Sam sea tan predecible como en éstas, pero aún así me gusta. Supongo que cuando algo merece demasiado la pena es imposible estropearlo del todo. Por mucho que una de las dos partes tenga una habilidad innata para ello.

viernes, 22 de mayo de 2009

Nauseabundo

“Todo lo que existe nace sin razón, se prolonga por debilidad y muere por casualidad”, afirmaba Jean Paul Sartre. Venimos de la nada, existimos sin ningún tipo de justificación y acabaremos de nuevo siendo nada. Somos arrojados a la vida y seremos arrojados a la muerte. La realidad es algo superfluo. La existencia, algo absurdo. Y llegar a comprenderlo sólo lleva a una cosa: a la Náusea.

En un principio, Sartre concibió La náusea, una de sus obras más célebres, como un ensayo filosófico que llevaría por nombre Melancolía, en alusión al grabado de Durero por el que el autor francés sentía una gran predilección. Sin embargo, a instancias de la editorial Gallimard, el filósofo existencialista cambió el género ensayístico por el novelístico, haciendo que la obra fuera mucho más expresiva.


Melancolía, de Alberto Durero (1514)


La novela está escrita en primera persona, a modo de diario, y tiene un argumento simple. Antoine Roquentin, un joven historiador parisino, se traslada a Bouville para escribir la biografía del Marqués de Rollebon. En la ciudad apenas conoce a nadie y pasa gran parte del día trabajando, o intentado trabajar, cuando la Náusea no se lo impide, en la biblioteca.

A través de Roquentin y de sus constantes observaciones del mundo exterior, Sartre explica los planteamientos filosóficos del existencialismo. También a partir de estos análisis se explica qué es la Naúsea. Se trata de una repulsión a todo lo rutinario, lo cotidiano y lo banal que se encuentra en la sociedad. A todo lo que provoca, en definitiva, que la existencia del hombre sea absurda, carente de sentido. A todo aquello que nos convierte en “muertos vivientes”, como diría Albert Camus, una de las más importantes influencias que recibiría la filosofía de Sartre.

Lo mejor de todo esto es que no podemos echarle la culpa a nadie de lo absurdo de nuestra existencia. No, nadie elige nacer pero a partir de ahí somos libres. Somos lo que somos porque hemos tomado una serie de decisiones que nos han llevado a una determinada circunstancia, porque hemos elegido comportarnos de un modo u otro. Como consecuencia, debemos responsabilizarnos de nuestros actos. Porque con cada uno de ellos construimos nuestra existencia. Porque nuestra vida es sólo nuestra.

domingo, 17 de mayo de 2009

El deshonor de Irene Walker

Hace poco vi El honor de los Prizzi, una película de John Huston que cuenta la historia de una de las familias más poderosas de la mafia neoyorquina. Charley Partanna (Jack Nicholson) es un asesino a sueldo al servicio del clan, al que se incorpora después de jurar defender su honor, aunque para ello deba arriesgar su propia vida. Los Prizzi le advierten, además, que la violación del juramento supone la muerte, sin ningún tipo de juicio o de advertencia previa.

A Charley no le resulta excesivamente difícil cumplir con el juramento, pero todo se complica cuando conoce a Irene Walker (
Kathleen Turner), una enigmática rubia que había sido contratada por la familia para eliminar a alguien que los había traicionado. Irene miente desde el principio, diciéndole a Charley que es asesora fiscal, pero cuando éste descubre la verdad ya es demasiado tarde: se ha enamorado de ella. Instado por Maerose Prizzi, la hija de uno de los capos de la familia con la que estuvo casado años atrás y que sigue enamorada de él, el sicario se casa con Irene de forma más o menos precipitada.

Charley e Irene, el día que se conocen


Tal vez el personaje de Irene Walker no sea demasiado popular ni demasiado relevante para la historia del cine – ni siquiera puedes hacerte fan de ella en Facebook -, pero lo cierto es que para mí fue uno de los alicientes que me llevaron a ver la película. Sí, me hizo bastante gracia el nombre y sentí curiosidad, así que no me quedaba otra.

Y aunque supongo que mi predisposición influyó de alguna manera, lo cierto es que el personaje de Irene me pareció realmente singular. Se trataba de una mujer ambiciosa, manipuladora, con la sangre lo suficientemente fría como para no permitir que nada la apartara de sus objetivos y con una gran habilidad para sobrevivir en un mundo tan propiamente masculino como es el de la mafia, en el que las mujeres siempre quedan relegadas a un modesto y doméstico segundo plano.

Irene colabora en los trabajos de los Prizzi, formando equipo con Charley e incluso aportando ingeniosas ideas para su resolución. Sin embargo, todo se tuerce cuando la pareja de recién casados debe enfrentarse a su misión más importante: asesinarse el uno al otro por haber traicionado, cada uno por separado, a la familia. A partir de ese momento, ambos deberán decidir qué es lo más importante para ellos: ¿el honor de los Prizzi? ¿El dinero? ¿El amor? ¿Encontrar la forma más rápida y eficaz de acabar con su cónyuge… o de huir de él?

sábado, 16 de mayo de 2009

Holly nunca lo haría

"No se enamore nunca de una criatura salvaje, Mr. Bell - le aconsejó Holly -. Esa fue la equivocación de Doc. Siempre se llevaba a su casa seres salvajes. Halcones con el ala rota. Otra vez trajo un lince rojo con una pata fracturada. Pero no hay que entregarles el corazón a los seres salvajes: cuanto más se lo entregas, más fuertes se hacen. Hasta que se sienten lo suficientemente fuertes como para huir al bosque. O subirse volando a un árbol. Y luego a otro árbol más alto. Y luego al cielo. Así terminará usted, Mr. Bell, si se entrega a alguna criatura salvaje. Terminará con la mirada fija en el cielo". Truman Capote, Desayuno en Tiffany’s (1958).

No hace falta ser muy perspicaz para darse cuenta de que Holly Golightly no estaba hablando sólo de linces y de halcones en este fragmento. Ella misma era una de esas criaturas salvajes, que no pertenecen a ningún lugar en particular y a las que es imposible retener. Se atribuía a sí misma el título de “viajera” (tal y como indicaba en su buzón) y siempre tenía una maleta a medio hacer en el salón de su apartamento.

No se dedicaba a nada en particular. Tocaba la guitarra, celebraba fiestas en su pequeño piso, salía a cenar con hombres que la proveían del dinero suficiente para sobrevivir y visitaba, a cambio de una pequeña remuneración, a Sally Tomato, un importante mafioso encerrado en la cárcel de Sing Sing. Sin olvidar, por supuesto, sus frecuentes desayunos frente a Tiffany’s, la joyería a la que consideraba como una especie de paraíso terrenal.


En 1961, tres años después de la publicación de Desayuno en Tiffany’s, las aventuras y desventuras cotidianas de Holly Golightly pasaron del libro a la gran pantalla. Blake Edwards dirigía la adaptación al cine de la obra de Capote, protagonizada por Audrey Hepburn. Y aunque la película lograba captar la personalidad de Holly, tengo que decir que no me gustó nada el final. Sí, ya sé que se trata de Hollywood y que los finales siempre tienden a ser felices, pero Holly jamás se comportaría de ese modo. Y al cambiar de esa manera tan brusca el final es como si cambiara todo el personaje de repente, lo que no me parece nada bien. ¿Por qué por culpa del amor ha de estropearse una bonita historia? ¿Por qué a veces los finales felices han de arruinar una buena película? Ya, claro, porque sino los que se arruinan son los encargados de producirla. En fin, creo que tengo que dejar de ser tan ilusa…

viernes, 15 de mayo de 2009

Wellerismo

Quien bien te quiere te hará llorar, dijo un sádico narcisista después de fustigarse.

martes, 12 de mayo de 2009

Tendedero


Después de darles unas cuantas vueltas, de centrifugarlas y aclararlas, tiendo aquí mis ideas, sin ningún objetivo en particular. Habrá a quien no le llamen excesivamente la atención, habrá, tal vez, alguien que descubra algo nuevo, que encuentre algo interesante en lo que escribo o que incluso piense un poquito después de leerlo (hay gente para todo).

En mi pequeño tendedero particular voy colgando mis reflexiones, pensamientos y opiniones sobre diversos temas. Y aunque todas son mías, no todas las prendas son iguales. Algunas no son demasiado personales y otras, en cambio, dejan ver de una forma más abierta mi forma de ser y de pensar.

Supongo que unas son más grises y otras más luminosas. Supongo que todo depende del día. Del tema. De la inspiración. De las ideas de última hora, que me asaltan de repente y acaban obligándome a cambiarlo todo. O de las ganas de tender que tenga, según si llueve o hace sol.

sábado, 9 de mayo de 2009

Mata Hari, William Forrester y el final de la Primera Guerra Mundial


Si el otro día hablaba de los viajes en el tiempo, hoy debo retomar el tema para explicar uno de los episodios más significativos que tuvieron lugar durante la Primera Guerra Mundial, un acontecimiento que sin duda fue determinante para la resolución del conflicto. Lo protagonizan William Forrester, un huraño y ficticio escritor ganador del Premio Pulitzer, y Mata Hari, la bailarina y espía a la que le dediqué mi anterior entrada.

Una mañana, William Forrester despierta y descubre que él y su casa se han trasladado hasta el París de 1917. “De modo que no estaba soñando cuando oí todo aquel estruendo”, pensó. “Pero, ¿qué hago aquí? Esto no tiene sentido” repetía una y otra vez, todavía desconcertado por lo ocurrido.

Poca gente tenía conocimiento de aquel extraordinario suceso, pero los servicios de inteligencia franceses estaban bastante informados sobre él y pensaban aprovecharse de la situación. Un hombre que venía del futuro podía resultar clave para adelantarse a los movimientos del enemigo y vencerlo. Pero, ¿cómo llegar hasta él? ¿Cómo obtener información de alguien tan arisco, tan esquivo? Sería complicado, sí, pero la tenían a ella. Forrester era un hombre al fin y al cabo, y si de algo sabía ella era de hombres.

Decidida a enfrentarse a una de los encargos más complejos que había tenido hasta el momento, Mata Hari se encaminó hacia la casa del escritor. Miró a través de los cristales de las ventanas. Apenas había luz en aquella estancia, repleta de libros y de polvo. Llamó a la puerta sin obtener respuesta. Volvió a intentarlo un par de veces más, también sin éxito. “¡Señor Forrester!, ¿está usted ahí?”. Era inútil, nadie salía a recibirla.

Dio una vuelta alrededor de la casa, intentando encontrar alguna otra forma de adentrarse en ella. Pero la puerta trasera estaba cerrada, al igual que todas las ventanas. “Supongo que no me queda otra opción”, se dijo mientras se quitaba una de las horquillas que llevaba en el pelo. Con un par de movimientos, consiguió hacer saltar la cerradura y entrar a hurtadillas en el salón del escritor, que había subido a darse un baño, ignorando por completo a su entrometida visita.

No sabía muy bien lo que buscaba, pero tenía el presentimiento de que lo encontraría. Y tras un buen rato registrando las saturadas estanterías del escritor, se dio de bruces con aquello que necesitaba. Se trataba de un conjunto de volúmenes de historia. Uno de ellos tenía grabado en el lomo “Primera Guerra Mundial: 1914-1918”. “¿Primera Guerra Mundial?, bueno, las fechas coinciden así que supongo que será este”, se dijo para sí mientras lo cogía.

Antes de marcharse, Mata Hari escribió una nota de agradecimiento al escritor, que seguía todavía en el piso superior: “Señor Forrester, aunque no logre entender por qué, hoy usted me ha satisfecho más que cualquier otro hombre en toda mi vida. Por ello, si lo desea, le invito a que asista a una de mis actuaciones esta noche en París. Se divertirá, se lo prometo. Mata.”

* * * * *

William Forrester rompió la nota después de leerla y jamás fue a ver a Mata Hari a ninguno de sus espectáculos. Y en cuanto al libro de historia que ella le sustrajo, decir simplemente que los franceses supieron hacer un buen uso de él, aunque ella jamás vio cómo se resolvía el conflicto, ya que los franceses la fusilaron por alta traición antes del fin de la guerra. Qué irónico, ¿no?